sábado, 17 de enero de 2015

Jugar descalzos

Empieza la Copa de África y no puedo dejar de mirar la portada de Sphera Sports. Dos niños, de la mano, golpean un balón cuesta arriba. Dos niños, descalzos, tras un balón de fútbol. Dos niños. Descalzos.

Me acuerdo entonces de una conversación que tuve hace tres días. En un colegio de Jaipur, a 7.516 km de Guinea Ecuatorial, un amigo está de profe de educación física. Dice que en los recreos juega al fútbol con sus alumnos. Niños y niñas que visten chaqueta azul marino y pantalón blanco. Pero cuando juegan al fútbol, todos se remangan. En la calle no hay chaquetas ni blancos impolutos. Pero hay niños. Y juegan descalzos.

Y entonces pienso en mis angelitos paraguayos. A 7.931 km de Guinea Ecuatorial, casi la misma diferencia que con la India pero en sentido contrario, 300 niños de entre 6 y 18 años juegan al fútbol a diario. En algún punto de la Transchaco, en el corazón de Paraguay, niños y niñas son internacionales en potencia si alguien supiese de su existencia. Antes de desayunar, en los recreos, en la siesta, en la hora de talleres, en las dos horas de deporte… el deporte rey es su vía de escape. Lo primero es hacer equipos. Lo segundo es descalzarse. Son niños. Y juegan descalzos.



No juegan en la playa ni en césped natural. Tampoco siquiera en césped artificial. Es tierra, barro si llueve y, si hay piedras, con la mano se arrojan a cierta distancia. Son niños. No tienen botas, desconocen las ventajas de una sujeción al tobillo. No necesitan tacos, sus pies cumplen la función, bien curtidos desde pequeños. Sus plantas no se desgastan, las deportivas sí. Así que juegan descalzos.

En África, en la India, en Sudamérica. Son niños. Y juegan descalzos. 


"Al final todo saldrá bien. Y si no sale....es que no es el final" ('El exótico Hotel Marigold'. Por cierto, grabada en Jaipur)